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Felicidad y autodestrucción

11 May

Entre los meses de marzo y abril, las instituciones educativas estadounidenses de todos los niveles dan a sus alumnos una semana de vacaciones (en algunos casos, dos), poco antes de la celebración de las Pascuas. Desde los ’60, este receso se ha convertido en un sacrosanto ritual para los universitarios: en manada se trasladan, durante esas fechas, a distintos destinos internos (principalmente, las playas de la Florida), donde se entregan al mismo tipo de diversión que los vernáculos egresados de Bariloche, con la gran diferencia de que por tratarse de mayores de edad, el consumo de estupefacientes y la permisividad sexual suelen alcanzar niveles mayores. El spring break, como se lo conoce, es una institución cultural en la que estos grandes grupos de jóvenes –al igual que hacía la totalidad de la población del Medioevo durante carnaval– eligen librarse de todas sus inhibiciones, emancipación ligada a un conjunto de prácticas que por lo general incluyen desmanes y destrozos que han llevado a que por lo menos dos áreas de Florida (Daytona y Fort Lauderdale) dicten leyes especialmente pensadas para desanimar a estos hormonales visitantes. El cuadro no le resultará impensado a cualquiera que haya tenido la antropológica ocasión de cruzarse con un grupo de adolescentes vacacionistas estadounidenses en cualquier región del Caribe (particularmente, en México), donde las leyes de consumo de alcohol son mucho menos restrictivas que en su país de origen.
Es a partir de esta costumbre tan naturalizada, desde su análisis y reproducción impiadosa, que se construye Spring Breakers: viviendo al límite. A pesar del estilo deliberadamente trash con que se la publicita, esta fábula negra sobre cuatro jovencitas que se internan en el imaginario de la “fiesta sin límite”, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia, es la última película de Harmony Korine, uno de los pocos cineastas independientes norteamericanos que ha sostenido una filmografía consistentemente perturbadora y no un denodado y sumiso camino al Oscar. Desde su guión para la polémica Kids (1995) y su posterior debut como director con Gummo (1997) y Julien Donkey-boy (1999), su mirada ácida y poco complaciente ha encontrado tanto entusiastas fanáticos como ardientes detractores (se sabe, el público estadounidense no tiene paciencia para ninguna clase de cine que vulnere su piadoso y protestante derecho al entretenimiento).
No obstante, Spring Breakers es menos sucia en términos de calidad de imagen y tal vez parezca a una primera mirada mucho más “comercial” que sus anteriores propuestas. Sin recaer en postales estereotipadas y convencionales, Korine y su fotógrafo, Benoît Debie, supieron encontrar un lenguaje visual eléctrico y degradado, hijo mestizo del celular y la vieja Polaroid, indubitablemente bello (como el que no ha tenido ninguna de sus películas, salvo Mister Lonely), capaz de transmitir en simultáneo la enérgica excitación y la decepcionante rutina del universo cíclico y monótono que están en trance de retratar. No sólo eso; entre sus cuatro protagonistas, la película cuenta con dos princesitas Disney: Vanessa Hudgens (Gabriella, de la infame trilogía High School Musical) y Selena Gomez, mejor conocida por su sonado noviazgo con Justin Bieber. Su inclusión, desde luego, es todo menos inocente, y tal vez constituya la piedra de toque de una película extraña, alucinatoria, festiva y al mismo tiempo terriblemente amarga.
Candy, Brit, Cotty y Faith languidecen durante sus aburridas clases, donde todo se repite, donde la monotonía alcanza incluso a los estudiantes, sentados pasivamente frente a sus laptops en la gran aula magna, casi como un estereotipo publicitario de su propia edad, a la espera del ansiado spring break. Sin embargo, llegado el momento comprueban, contrariadas, que el escaso dinero que han logrado juntar está lejos de permitirles las soñadas vacaciones. Casi como un juego (y no es una pista menor), Candy, Brit y Cotty deciden asaltar un lugar de comida rápida, encapuchadas y con armas de juguete. La piadosa Faith (nombre que significa literalmente Fe), miembro de un grupo cristiano, no participa del asalto, pero tampoco se horroriza en principio al entender de dónde han sacado sus amigas el dinero necesario, como tampoco se horroriza frente a las situaciones de embriaguez, lujuria y desborde que se le propongan. Ocurre que, como ella misma señala, este receso es una pausa, como si se pudiese hacer un click y correrse de la propia vida.
A fin de cuentas, la noción de la “fiesta loca” es un discurso omnipresente en la cultura contemporánea, que incluso dedica programas de televisión a recorrer el mundo mostrando los lugares ideales donde volverse loco, salvaje y demás calificativos por el estilo. La invitación, sin embargo, es decepcionante, según se encargará de mostrar Korine. El mismo sistema que constriñe a las personas en un determinado orden de responsabilidades, obligaciones y rutinas necesario para sostener una existencia ligada al consumo de bienes estandarizados, ofrece como único imaginario de escapatoria un reino del revés… donde la quimera del consumo se duplica, convertida en una divinidad pagana, acompañada –tal vez como precio– de una inevitable cuota de autodestrucción.
La informalidad, la ilegalidad, el gangsta no son, como podría pensarse, desviaciones o perversiones del sueño americano (es decir, el sueño universal capitalista), sino otra de sus encarnaciones, tal vez la única a la que pueden tener acceso los estratos más bajos, más trash, de la sociedad. De la mano de un dealer tan macabro como infantil e ingenuo, Alien (“el de afuera”, “el extranjero”) –James Franco en una de sus grandes actuaciones–, tres de las princesitas deciden sumergirse en el descontrol a lo grande, saltar la barrera y vivir esa versión invertida, hiperbólica y exasperada de la felicidad, tal vez porque sepan de antemano que, a diferencia de su peculiar Virgilio, ellas pertenecen al grupo de quienes no pagarán el precio y una vez pasada la “pausa” podrán reincorporarse a la gris vida de los suburbios, el reverso de esa falsa liberalidad.
Contando tan sólo esto, Korine haría ya una gran película. Un poco moralista, tal vez, pero una gran película. Sin embargo, va mucho más allá, y junto a todo esto logra plasmar, de la mano de un audaz procedimiento narrativo de reiteraciones y frases perdidas, la angustiosa necesidad de libertad, la pulsión enérgica que late en el loop de esa fiesta monótona y triste, desencantada, que es el permisivo espacio actual de la falsa transgresión. En ningún otro momento esta melancolía irónica llega tan lejos, tal vez, como en la majestuosa escena en que el joven proyecto de matón, ante un enorme y absurdo piano de cola blanco, en la terraza de su mansión sobre la playa, interpreta, acompañado por sus ángeles de la muerte de capucha rosa, “Everytime”, de Britney Spears, y sus voces se funden con la de la malograda princesa del pop, el consumo, el desgaste, el trash, el exceso, el rubio oxigenado y una melancolía infinita como el mar.

Publicada en Ñ, el 11 de mayo de 2013

El mundo de Sofia

9 Ene

Después de que le pegaran por todos lados cuando se animó a una adaptación pop, moderna y casi adolescente de María Antonieta, Sofia Coppola retrocede al terreno anterior: gente famosa que deambula su aburrimiento por hoteles de lujo. Pero, lejos de Tokio, la princesa de Hollywood pone su cámara en eso que la rodeó desde chica: el detrás de escena de las estrellas, el tedio de la celebridad y la vacuidad que invade a los vendedores de fantasías en Los Angeles. Seguir leyendo

Las iluminaciones

23 Ago

El director mexicano Carlos Reygadas, autor de Japón y Batalla en el cielo, ha elegido para su última película, Luz silenciosa, a la comunidad menonita de Chihuaha. A contramano de los prejuicios, el conflicto no es el dilema religioso, la represión, el pecado, mucho menos el escándalo: al contrario, gracias a la visión religiosa del mundo de este pueblo artificialmente aislado del presente, el problema sentimental aparece de una manera adulta. Y, además, el cineasta se da el gusto de dar rienda suelta a su virtuosismo en una película que muchos consideran su obra maestra. Seguir leyendo

Cámara Júpiter

16 Ago

Reflexión, acción y pasión del cine se funden en la obra de Alexander Kluge. Todas sus obsesiones, procedimientos e imágenes se dan cita en forma vertiginosa en 120 historias del cine, montaje nada explícito de reveladoras anécdotas. Seguir leyendo

Raya y punto

21 Jun

Con sólo 26 años, el filipino Raya Martin tiene una obra prolífica (7 largos, 5 cortos y 1 mediometraje), una consagración polémica que divide como nadie las aguas de la crítica (los unos lo consideran un genio arrollador, los otros un snob embustero) y ahora hasta una retrospectiva: desde el viernes 25 se puede ver en la Sala Lugones del San Martín su trabajo que parece no conocer límites. Para empezar, Independencia, donde fusiona el origen de su país y del cine clásico en una película impecable en más de un sentido. Seguir leyendo

Más que lo mismo

19 Oct

 Triste, sin duda, es el adjetivo que mejor describe Luces al atardecer, última película de Aki Kaurismäki que completa —con Nubes pasajeras y El hombre sin pasado— su amarga trilogía de los perdedores. Todo en ella (del guión a los encuadres, de las actuaciones a la luz) se subordina obsesivamente, con obsesividad de lenguaje poético, a la melancolía como unidad de impresión absoluta. Más que la pérdida de intensidad, fuerza o profundidad que algunos han creído advertir en comparación con sus predecesoras, lo que caracteriza a esta comedia romántica, asordinada por una tenue intriga de policial negro, es la concentración de los procedimientos, lo que en el caso de un minimalista como Kaurismäki equivale a decir la total depuración del estilo. Seguir leyendo

Hombres sueñan ballenas.

19 Sep

Quizás más de un lector crea que debe acompañar su lectura del “en síntesis” del encabezado —“la fotografía de modas como un arte industrial”— con un tono burlón, peyorativo, pero nada más lejos de ello. Hablar de fotografía de moda no es lo mismo que hablar de fotografía “publicitaria” (entendiendo por ello una imagen siempre estandarizada, límpida, prolija, poco osada). Por su necesidad de estilo, que siempre demanda innovación, y por sus condiciones económicas, a lo largo del siglo XX y hasta el día de hoy la moda ha constituido el espacio creativo fundamental de varios de los artistas más interesantes de la cámara (que no necesariamente han producido imágenes “bonitas”).

El trabajo cinematográfico de Matthew Barney, escultor, dibujante, pintor y videoartista, está directamente inspirado en ese mundo que conoce de primera mano (durante su juventud trabajó brevemente como modelo), sobre todo en su carácter erótico y perturbador. Seguir leyendo

Hecha la ley

6 Jul

Corrían los primeros meses de 1999. El menemismo daba señales de decadencia (no sólo moral, como siempre, sino también económica) y los argentinos estaban a punto de tomar una decisión radical: seguir haciendo lo mismo pero con menos escándalo, tras la benigna máscara del por entonces Jefe de gobierno de la Ciudad, Fernando de la Rúa, el político que más se había preparado para gobernar. Su equipo de gestión cultural, en un golpe maestro, decidió oponer al fastuoso Festival de Mar del Plata, en manos de Maharbiz, un Festival de cine independiente, el Bafici. Les fue bien: una película de bajo presupuesto, Mundo grúa, hecha por un estudiante de cine, Pablo Trapero, a espaldas del Instituto, resultó la sensación del evento, consagrando definitivamente al nuevo cine argentino, o cine independiente nacional.
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…hecha la trampa

6 Jul

En el número anterior, por pedido de Funámbulos, esbocé las condiciones de producción que rigen actualmente el campo cinematográfico en nuestro país, destacando el lugar que ocupa—a modo de mediador universal de la relación entre producción y mercado—el Instituto de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). Desde mi perspectiva, tales condiciones sólo logran estimular el más craso corporativismo, facilitando no tanto la producción de cine como la existencia de una “industria”, ambiguo nombre que esconde una compleja red de negocios privados basada —casi exclusivamente— en la captación de una parte específica del erario público (el fondo de fomento cinematográfico). Asimismo, describí el modo en que los cineastas mal llamados independientes no desafiaron esta situación sino que procuraron acomodarse a ella, dejándola intacta o imponiéndole la única modificación de incluirlos. De eso, justamente, tratará esta nota: de las modificaciones que, de manera urgente, se imponen en el marco de las políticas estatales de fomento cinematográfico. Seguir leyendo

In dependencia we trust

28 Ago

Los cineastas del Proyecto Cine Independiente organizaron una muestra para alertar sobre las dificultades de exhibición. La cuestión, que no es nueva, empeoró en el último año. Al retorno de cierta prensa a los argumentos populistas del estilo “¿por qué la crítica apoya a estas películas raras y no a las de Suar, que le gustan a la gente?” se suman los gestos alarmantes que viene haciendo la nueva gestión del INCAA, como el lapsus de empapelar la ciudad con afiches de Sabés nadar? cuando debía patrocinar el estreno de Nadar solo. Ahora bien, la muestra llevó por título “¡Viva la independencia!”, y es claro que la independencia es un rasgo que el PCI lleva inscripto hasta en su propio nombre. No es una peculiaridad de esta asociación. La mayoría de los directores del “nuevo cine argentino” se dicen independientes. ¿Independientes de qué? Seguir leyendo